Por Jordi Borja
En un breve e interesante libro reciente Mike Davis, expone que “los latinos salvarán a la ciudad gringa” (es el título de la obra). Jane Jacobs, en su clásico sobre La vida y la muerte de las ciudades norteamericanas sentó las bases de la negación o autodestrucción de las ciudades.
La ciudad es ante todo espacio público, mezcla de poblaciones y actividades, sentimiento de posesión compartida de la ciudad en sus calles y plazas. La ciudad solamente con edificios, sean para vivir o para trabajar y con medios de transportes e infraestructuras, no es ciudad, es en el mejor de los casos una zona urbanizada. Un cuerpo sin alma, le falta la ciudadanía, es decir la dimensión pública, la expresión de la vida colectiva. Los ciudadanos se expresan en el espacio público, son “conciudadanos”, se es ciudadano en su relación los otros, iguales en derechos y deberes. La ciudad late a partir de su corazón, el centro, o sus centros en las grandes urbes. Es allí donde se concentran los flujos de las personas y de las ideas, las memorias colectivas y les puntos que transmiten sentido a la vivencia urbana. El centro irradia sobre la ciudad, de él emergen los ejes estructurantes que ordenan la ciudad. Los ciudadanos se posesionan de la ciudad ocupando su centro, o sus centros. Entonces cuando todos, o una gran masa que los representa, se hace presente en las plazas y calles del centro principal de la ciudad, cuando manifiestan ser un poder social que planta cara al poder político-institucional y al poder económico, entonces devienen plenamente ciudadanos. Y la ciudad es ciudad de ciudadanos, no una simple escenografía.
Hace menos de un mes que estaba en Ciudad Juárez. En algún momento dije, sin afán de menospreciar ni a la ciudad ni a sus habitantes, que “Ciudad Juárez” se podía calificar de “no ciudad”. Ahora añadiría que esta negatividad tiene remedio pero no parece que las fuerzas locales o nacionales se lo planteen. No pretendo analizar el impacto de la violencia sobre la vida urbana, suficientemente conocida. Además es obvio que la existencia de una muy débil, por no decir casi nula, estructura urbana no solo favorece la violencia, además tampoco facilita la generación de contrapoderes civiles. No es la sociedad la culpable, es la incapacidad de las instituciones políticas y económicas más potentes, mexicanas y estadounidenses, que han utilizado una ciudad-puente para que entren y salgan el ejército de reserva de mano de obra, un borde que se utiliza desde el otro lado de la frontera para lo que no quieren tenerlo en su casa, un campamento para los rechazados o para los inmigrantes mal pagados en las maquilas y marginados en los bordes del borde.
La ciudad es a penas perceptible. Una imagen impresionista se te aparece como los vestigios de una ciudad casi abandonada que se fue disolviendo a la vez que llegaban nómadas y marginales, más deshecha que hecha. Luego percibes elementos dispersos, como un campamento, en el que emergen proyectos de calle que son carreteras polvorientas rodeadas en algunos tramos con edificios de todos los tipos y edades. El centro real es el puente, la no ciudad es la sirvienta de la otra ciudad, una ciudad provinciana, El Paso, ruralizada y ocupada en gran parte por “chicanos”, con una zona central, comercial, con edificios nuevos, en bastantes casos por iniciativa de inversores de la fantasmal Ciudad Juárez (CJ). En ésta se adivina algo que fue centro, comercios venido a menos, algunos edificios administrativos, viviendas agazapadas, residuos de prostíbulos que tuvieron tiempos mejores. La gran mayoría del millón trescientos mil habitantes se desparraman por la no ciudad. Los “barrios cerrados” para las numerosas “clases medias”, en compartimentos-estanco, en muchos casos pegados los unos a los otros, pero sin mirarse. Barrios-gueto propios de los sectores populares, muchos migrantes de otros estados, más o menos marginales, unos más desconectados que otros de la indefinida trama urbana, a la intemperie, sin otra vida social que compartir la supervivencia diaria, el trabajo precario, el sicariado, las bandas, las trabajadoras de las maquilas, gentes de largas horas de transporte, de viviendas frágiles como sus vidas, hombres y mujeres del borde, de fallidas esperanzas al no conseguir pasar al otro lado de la frontera.
Y las operaciones aberrantes y surrealistas como las Riberas del Bravo y otros conjuntos de viviendas sociales. Unas 15 000 viviendas de pésima calidad, de 30 a 40m2 para familias con frecuencia numerosas. Más del 40% fueron abandonadas muy pronto. Una operación de vivienda social del Gobierno federal para trabajadores estables y con ahorros . En un páramo a más de 20 km de CJ, lejos de todo. Infonavit, el ente público promotor-financiador de estas operaciones, parece tener una vocación de pirómano, como si deseara convertir a los niños y adolescentes en un “sendero luminoso” de la periferia de la “no ciudad”. O más sencillo: ahí crecen las bandas juveniles violentas, sicarios para los narcotraficantes o traficantes de órganos, matan a partir de los 15 años y mueren antes de los 25.
Hay otras operaciones también dignas de constar en el Guiness, pero finas, sofisticadas y cultas. Una gran Ciudad Universitaria (CU) en Ciudad Juárez. Una gran oportunidad. Perdida. Una iniciativa conjunta del Estado de Chihuahua que cede los predios a la Universidad de CJ en el año 2004. El apoyo del Gobierno federal y la implicación de las principales universidades del país convirtió una operación local en una iniciativa mucho más ambiciosa. Intervienen la UNAM, el Politécnico Nacional, el Tecnológico de Monterrey, las Universidades del Estado de Chihuahua y de CJ, centros de investigación y de enseñanza media superior, etc. Se supone que en pocos años se concentrarán en la CU decenas de miles de estudiantes y algunos miles de profesores, investigadores y administrativos. Un aspecto positivo: los jóvenes de sectores populares que habitan en la zona sur del territorio de CJ tendrán un acceso a estos centros de estudio más asequible que si debieran ir a la zona norte donde hay los campus actuales. Pero no se trata de una cuestión escolar, sino de un interés más general que puede beneficiar a todos. Se trata de estructurar un territorio sobre la base una ciudad mucho más compacta, con una oferta de equipamientos y servicios potente como corresponde a su población y a su economía y con un sistema de infraestructuras y transportes que permita ejercer el derecho a la movilidad en condiciones dignas.
La oportunidad la tenían delante de los ojos. CJ no tiene un área central, ni buena ni mala, no tiene nada. Hay espacios vacíos, edificios que claman el derribo o la rehabilitación, comercios a la deriva, habitantes que huyen a barrios cerrados, oficinas dispersas. La Ciudad universitaria hubiera creado ciudad: decenas de miles de universitarios, comercios y restaurantes, librerías y cafeterías, oficinas y despachos de profesionales, espacios de ocio y locales de espectáculos, gente en las calles y ambiente de mayor seguridad. No se trata de hacer una CU como la del DF, tangente a la ciudad. En este caso la CU de Juárez sería la ciudad real, lo que no es la actual CJ. Sobre esta base se generan ejes estructurantes de la ciudad que articulen los múltiples elementos dispersos y creen continuidades de actividad y residencia. Y gradualmente las murallas de los barrios cerrados caerán y los conjuntos sociales se rehabilitarán y se integrarán. Se demolerá Riberas del Bravo, así lo espero, y de paso se debería juzgar a los responsables de un disparate que debe considerarse criminal.
El caso de CU de Ciudad Juárez y de su ceguera ante la oportunidad perdida me lleva a una reflexión sobre México y sus elites políticas y económicas. La fuerza del narco y de la economía delictiva en general, la proliferación de bandas y contrabandas violentas y armadas y la corrupción pública y privada, formal e informal no son los causantes de la crisis sistémica del país. Son el resultado de un vacío de Estado, de una visión irresponsable de la nación por parte de las dirigencias políticas y económicas, de una gestión catastrófica de las políticas públicas y del afán acumulador a cualquier coste de políticos y empresarios, de multinacionales leoninas y de especuladores de todo. Es en este contexto que puede entenderse la ceguera de los responsables de promover la CU. No hay conciencia ni interés ni comprensión de la función humanizadora de la ciudad y de la necesidad de estructurar el territorio, condición fundamental para la integración social, la articulación económica y la gobernabilidad democrática. Es de lamentar que el valioso capital intelectual que se concentra en la Universidad de Ciudad Juárez no haya sabido reaccionar a tiempo.
Nota del autor. Agradezco la amistosa colaboración del profesor de la Universidad de CJ, Alfonso Luis Herrera, que me guió hace 6 años a Riberas del Bravo y nuevamente en febrero de este año. Así mismo me ha facilitado información sobre la CU. Pero las reflexiones críticas son exclusivas del autor y me temo que no coinciden del todo con mi estimado colega.